viernes, 7 de noviembre de 2014

«El brillo, ¿por qué es tan fuerte?»

“Recién estamos descubriendo los puentes y las casas, las
ventanas y las luces, los barcos y los horizontes.”
Raúl González Tuñón








Ernesto es calvo y tiene puntos y manchas oscuras en la piel. Su rostro es arrugado y sus ojos son increíblemente pequeños, como si siempre observara la lejanía. Lleva un ambo verde oliva comprado en Yves Saint Laurent. Sus zapatos Brogue de cuero marrón brillan a la luz de las farolas que iluminan la plaza. En el centro de esta, una gran fuente lanza chorros de agua hacia el cielo. En diagonal, a unos veinte metros, se encuentra Ernesto, sentado en un banco de concreto anatómico. Tiene las piernas cruzadas, y sobre la rodilla derecha descansa un periódico doblado por la mitad.
Una joven pasa junto a su lado y lo ve sin atención, por puro reflejo. Ernesto la mira y le dice, «Disculpe, señorita, ¿me podría decir la hora?» La joven se detiene y se observa la muñeca:
—Van a ser la una menos cuarto —le contesta.
Él le da las gracias y vuelve su mirada hacia la fuente. Ella sigue camino. Cada tanto, Ernesto, vuelve su mirada hacia la punta de sus zapatos. Solo mira dos puntos: la fuente y sus zapatos. Sus largos y delgados dedos golpean sobre el periódico a un ritmo sincopado.
Una joven pareja está sentada al pie de un Jacarandá. Se levantan y caminan hacia una de las paradas de colectivo. Pasan frente a Ernesto y este les pregunta la hora.
—Disculpen —dice Ernesto en tono cordial—, ¿serian tan amables de darme la hora?
La joven sonríe y saca su teléfono celular: «Es la una menos diez». Ernesto les da las gracias y ellos siguen camino.
Luego de un rato empiezan a verse algunos refucilos entre la nubes, Ernesto observa. Las nubes hinchadas y brumosas están rosadas y cubren el cielo. Un refucilo más intenso hace que Ernesto abra un poco más los ojos. Unos segundos después, emerge el sonido del trueno, como desde el centro de la propia tierra. Un hombre vestido con mameluco azul pasa frente a Ernesto y dice en voz alta:
—Parece que se va a largar.
—¿Tendría usted hora? —le pregunta Ernesto sin vueltas.
El hombre se detiene algo desconcertado y le da la hora. «Muy amable», contesta Ernesto.
Empiezan a caer algunas gotas. Ernesto vuelve su mirada al piso y observa los puntos que forman sobre las baldosas. Todo se va llenando de más puntos. Ahora las gotas son más grandes. Las personas aligeran el paso hacia las paradas. Algunas se ponen bajo un árbol. Un muchacho pasa casi corriendo frente a Ernesto. Ernesto le pregunta la hora. «No sé» dice el muchacho sin detener la marcha. Detrás de él, una señora retacona, de unos setenta años, camina ligero pero con cautela para no caerse. Ernesto le pregunta la hora.
—Son la una y diez —contesta la señora, que sostiene sobre su cabeza un bolso Clutch con forma de sobre gigante.
Ella se queda un instante observando a Ernesto. El aguacero aumenta.  
—Señor..., por qué no va bajo techo —dice—, se está por largar un chaparrón.
—Quiero pensar —dice Ernesto mirando hacia la fuente.
—¿Pensar? —dice la señora.
—Si…, pensar —responde él.
—¡Pero, hombre, se puede enfermar!
—A mi edad ya no me enfermo más —dice Ernesto.
Ella ríe y dice: «Ay, señor... Ja,ja, bueno, pero cuídese. No se quede pensando mucho». Él le sonríe y le hace una reverencia con la cabeza. Ella sigue. Ernesto se observa los zapatos un instante. «El brillo, ¿por qué es tan fuerte?», piensa. Vuelve su mirada a la fuente. Sus dedos flacos golpean sobre el periódico.

Diciembre 2011.